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BLOG DEL LAICADO TRINITARIO DE VALDEPEÑAS

San José, esposo y padre.

San José, esposo y padre.

1. José y el carácter de Jesús

Chesterton, mejor que Papini, podía haber analizado, más que la manera de ser, la manera de decir de Nuestro Señor, muy peculiar, por ejemplo, cuando aprecia en sus interlocutores indecisión o tibieza. Como ocurrió en el Templo, cuando María le nombra a su padre. Tampoco transige cuando un nuevo discípulo le dice: «Señor, te seguiré, pero permíteme antes que me despida de los de casa». Le faltó tiempo a Cristo para responderle aquello de «quien después de haber puesto la mano en el arado, mira atrás, no es apto para el reino de Dios».
Muy fina también la contestación a la pregunta más perversa. Chesterton diría que «dad al César lo que es del César…» tiene la ironía inglesa. Julio Camba opinaría que, en esta contestación, Jesús se le antoja más que inglés…, gallego. Pero donde Cristo estuvo absolutamente gallego es cuando le presentan la moneda y a su pregunta, ingenuamente, les responde con otra pregunta: «¿De quién es esta imagen y esta inscripción?» Y cuando le contestan que es de César, les da la famosa respuesta.
¡Qué lástima no disponer de más datos sobre José, que tanta influencia debió de tener en la forja del carácter de Jesús, su hijo adoptivo! Sabemos que el carácter se adquiere y puede modificar el propio temperamento. Podía ser heredada de José, o aprendida de él, la forma, no desprovista de intención y de humor, de contestar a María. No quiero pecar de irreverencia, pero yo siempre he visto cierta sorna, o un poco de guasa, en la respuesta: «Qué nos va a ti y a mí», cuando su madre le dice en las bodas de Caná: «Señor, no tienen vino».Bien es verdad que, en Caná, Jesús iba de hijo y podía permitirse estas familiaridades y confianzas con su madre. Por cierto, la ausencia de José a esta fiesta hace creer que ya había muerto el esposo de María y padre putativo del Señor.
Si hemos adjudicado a José una edad algo más que doblando la de María, unos treinta y dos años cuando nace el niño, y Jesús tiene veinte en la posible fecha de la muerte del esposo de su madre, José muere con cincuenta y dos años. En ese momento, de acuerdo con esta estimación, la Virgen María tiene treinta y cinco años, y tendrá cuarenta y ocho cuando Jesús sea crucificado.
La imaginería que existe sobre este pasaje de la muerte de san José arroja poca luz sobre la incógnita. Ni la escena pintada en un bello lienzo por el pintor y fotógrafo vergarés Eustaquio Aguirreolea, en 1901, y que se conserva en la iglesia de San Miguel de Anguiozar, ni los dos cuadros firmados por Goya sobre este tema, pintados ambos en 1787, establecen unas edades muy determinadas, pero sí se aproximan a nuestra hipótesis.


2. Jesús pudo resucitar a José como a Lázaro, pero…

Los dos cuadros de Goya donde se retrata el tránsito -la Iglesia ha visto con buenos ojos esa presunción que deja abierta la opción de un cambio de vida más que una extinción como la de todos los mortales-, difieren bastante. Y más en el tratamiento pictórico que en el argumento de la escena. Uno de ellos, quizás el mejor, se encuentra en un museo norteamericano, el del Instituto Flint, en Michigan. El otro, en el que Goya recuerda un poco a Zurbarán, está -porque con ese fin lo encargó Carlos III- en la iglesia de San Joaquín y Santa Ana, de Valladolid.En ambos, san José agoniza, pero no se refleja patetismo ni gran dolor en las figuras de Jesús ni de la Virgen. El talento de Goya da cabida a la posibilidad de que nos encontremos ante un tránsito más que una muerte.
Y, ¿por qué no? Quien fue capaz, y nadie más lo ha sido, de resucitar muertos, ¿cómo no va a reservar a su padre otro tránsito? No es poca la gracia y el alto honor de morir en los brazos del Hijo de Dios y de la Madre de Dios, pero muy posiblemente Jesús no permitió  que muriera el que es hoy Patrono de la buena muerte y de los moribundos.
    El tránsito -para entendernos-, un billete directo a la Gloria, sin pasar por aduanas, es lo más próximo a la Asunción que había reservado para su madre. Era un premio para José más valioso que la propia resurrección. Los designios divinos son inescrutables, pero, en «aparta de mí este cáliz», hay testimonios de los sentimientos que afloraban en la humana condición de Jesús.
Quien rompe a llorar desconsoladamente cuando Marta y María le comunican la muerte de Lázaro, y, sin resignarse a la pérdida, le devuelve la vida a su amigo, ¿qué no va a hacer por su padre adoptivo, por el hombre que le ayudó a nacer en el establo; que veló su sueño en el pesebre; que le salvó la vida, llevándole a Egipto; que le enseñó el oficio de carpintero; que cuidó de él y de su madre, y que fue quien dio sentido y dimensión humana a la obra más perfecta de Dios en la tierra: la Sagrada Familia?
El destino, el predestino de José es equiparable en muchos aspectos al de María, pero sobre todo en lo que suponía la exigencia plena y absoluta de la virginidad. José lleva, desde el portal de Belén, hasta el día de su subida al cielo, la vara de nardo. Parece que la flor preferida de Jesús. Con óleo de nardos ungía los pies del Señor María de Betania. Pero nadie puede rivalizar con el honor, la gracia, que Dios concedió a José. A veces lo olvidamos. José es el primer ser humano que ve a Dios; cuando en el portal de Belén lo saca del vientre de María.

3. ¿Se corresponde nuestra devoción a San José con su dignidad y su misión?

La devoción a san José, complemento de la devoción a la Virgen María, puede tener una fuerte influencia en las familias cristianas; porque su paradigma, su modelo, es la Familia de Nazaret: Jesús, María y José. Hablo de devoción en el sentido que da el Vaticano II a la devoción a la Virgen María: a) conocimiento-fe ilustrada del santo Patriarca; b) amor hacia él, como padre virginal de nuestro Redentor, esposo virginal de María, padre espiritual de las familias y Patrono de la Iglesia universal; c) imitación de sus virtudes domésticas, de su santidad. Ésta es la figura, la imagen de san José que deben tener ante sus ojos y grabada en sus corazones los miembros de la familia cristiana.
San José no es un santo más del calendario de la Iglesia. Es un santo que está en el corazón de la Iglesia, porque es el esposo virginal de María, la Madre de la Iglesia, y es padre virginal del Hijo de su esposa, de Jesús nuestro Redentor, a quien le impuso el nombre, ejerciendo su oficio de padre, no sólo legal, sino virginal. ¿Por qué? Reflexionemos brevemente.
San José está incluido en el decreto eterno de la predestinación del misterio de la Encarnación. Ésta es una enseñanza fundamental del Papa Juan Pablo II, en su breve, pero interesante, Exhortación apostólica El Custodio del Redentor (Redemptoris Custos). Cuando la Virgen María recibe el mensaje del ángel sobre su elección y predestinación para Madre del Hijo de Dios -según la relación de Lucas-, estaba desposada ya con José, y «había sucedido así por voluntad de Dios» (Juan Pablo II). De aquí se deduce lo que dice el Papa: que «el hecho de ser ella la esposa prometida de José está contenido en el designio mismo de Dios», es decir, en el decreto eterno de la predestinación de la Encarnación.
Hay que afirmar, en consecuencia, que san José, padre virginal de Jesús, forma parte del objeto de la predestinación; ya que María fue elegida y predestinada para ser Madre del Hijo de Dios como virgen y desposada, no solamente como madre virgen, sino también desposada. Y la razón de todo esto está en que la encarnación del Hijo de Dios, y su nacimiento, debía realizarse en una familia, no sólo en una y de una mujer, sino en una familia, porque la mujer, la joven María, estaba desposada con José.
Es claro que la predestinación de la esposa incluye también la del esposo, máxime si se trata para una finalidad en cierto modo común, o compartida. Por eso la predestinación de María desposada, incluía la de su esposo José.
La dignidad de san José y su función en la obra de la salvación hay que deducirla de su pertenencia al misterio de la Encarnación, o del hecho de que forma parte del objeto de la predestinación de la Encarnación. Su función en la historia de la salvación es la que le corresponde al padre virginal (hay que desterrar el término putativo) al padre de la familia. En coherencia con esta consideración, el Papa Juan Pablo II, en la Exhortación Redemptoris Custos, dice, que, «para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José», e incluye las dos situaciones: María virgen y desposada.
El desposorio de la Madre incluye necesaria y esencialmente al esposo, a José. José no es una figura externa, remota o accidental en la Encarnación, sino interna, perteneciente intrínseca y esencialmente a la realización de la Encarnación, por disposición de Dios.
El puesto de José en la historia de la salvación es el más alto, al lado de su Esposa; el más alto y el más cercano a nosotros, como Patrono de la Iglesia universal. ¿Se corresponde nuestra devoción y la devoción de la Iglesia a san José con su dignidad y su misión en la Redención? Santa Teresa de Jesús la intuyó, y la vivió así. Dedicó al Santo, en agradecimiento de sus favores, casi todos sus ministerios. Ojalá las familias cristianas vivan y promuevan a su estilo la devoción al padre virginal de Jesús, esposo virginal de su Madre y Patrono de la Iglesia universal.


Dr. Enrique Llamas, ocd
Presidente de la Sociedad Mariológica Española


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