28 de Febrero, segundo domingo de cuaresma
¡QUÉ HERMOSO ES ESTAR AQUÍ!
Damos fe tan sólo a aquello que se puede experimentar, ya sea personalmente o que otras personas de confianza han experimentado. El compartir las experiencias hace surgir nuevas experiencias. Al inicio de la fe cristiana está la experiencia que los primeros discípulos tuvieron del Señor Resucitado. Ellos nos la han transmitido y así también nosotros hacemos la misma experiencia. De esa manera se crea una comunión no sólo con los testigos sino con el mismo Señor, y a través de Él con el Padre.
Esa comunión es fuente de alegría para los creyentes. El horizonte de esa vida en plenitud, de esa vida eterna, es la vida misma de Dios. Para que los apóstoles no se desanimasen en el camino que lleva a la Pascua, un camino de muerte y resurrección, en el que normalmente experimentamos más
claramente la realidad de la muerte, Jesús quiso darles un atisbo de lo que sería la resurrección y por ello se transfiguró delante de ellos (Lc 9,28-36). Durante unos instantes apareció ante sus discípulos el verdadero ser de Jesús, el ser glorioso que él no dejaba transparentar cada día. Jesús vivía en la misma cotidianidad que los discípulos y nada en él traducía que Dios estuviera presente en Él. Pero aquel día sí, dejó que la gloria de Dios, que habitaba en Él, pudiera brillar a plena luz delante de sus
discípulos. Pedro comprendió perfectamente la realidad que estaban viviendo, cuando exclamó: ¡qué hermoso es estar aquí! Sin duda alguna percibió que allí se estaba realizando plenamente su vocación de hombre, ver a Dios, entrar en comunión con Dios. El misterio de Jesús los incluía a ellos, sus discípulos.
La auténtica transformación del mundo y del hombre no puede ser simplemente una manipulación tecnológica que muestre que el hombre tiene poder para cambiarlo todo. Eso puede convertir al hombre en puro objeto manipulable. La verdadera transformación de la persona tiene que ser espiritual (Filp 3,17-4,1). Consiste en que aparezca en el primer plano la dimensión espiritual de la persona, y no tanto su poder, su tener o su pasarlo bien.
El hombre supera al hombre. Somos ciudadanos del cielo y no simplemente de la tierra, donde estamos de paso. Eso no quiere decir que nos desentendamos de las cosas de este mundo. Al contrario, a través de la transformación de este mundo hacemos que el Reino vaya viniendo a los hombres y se vaya instaurando la verdadera ciudadanía.
Se pertenece al Reino por la fe. Toda la aventura comenzó con Abrahán, que se fió totalmente de la promesa de Dios (Gn 15,5-12.17-18). Por su fe no le importó dejar su pueblo y su familia y vivir aparentemente como un desarraigado, a la búsqueda de la patria definitiva. Dios se había comprometido solemnemente con él mediante su alianza y eso era suficiente para él. Desde ese momento, el destino de Abrahán está ligado al destino de Dios en el mundo, y el destino de Dios en el mundo está ligado a la persona de Abrahán y de sus descendientes.
El descendiente, heredero de la promesa es el mismo Cristo, pero junto a Él aparecen otras dos personas claves en la historia de ese pueblo, Moisés y Elías. Muestran que se trata de un pueblo de personas vivas y no simplemente de una "colección de muertos". Ambos están vivos y hablan con toda familiaridad con Jesús respecto al destino de éste. Un destino de muerte en Jerusalén para entrar con ellos en la gloria. Que la reunión anual que vamos a tener en el Santuario de la Cabeza nos haga experimentar la cercanía del Señor y nos dé fuerza para continuar adelante con nuestros compromisos en nuestro gurpos de referencia.
José Vicente (Laicado Trinitario. Valdepeñas)