solemnidad de la Santísima Trinidad. "Los Brazos abiertos del amor".
Dios es familia. Dios es comunidad. Dios no es un ser solitario, lejano, inaccesible, totalmente distinto a los hombres. No. Dios es una comunidad de tres personas, que viven desde siempre en una relación de conocimiento y amor entre sí. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así nos lo ha revelado Jesús, situándose en el escenario del mundo y de la Historia como el Hijo, el Hijo único de Dios, hablándonos continuamente de Dios como su Padre y nuestro Padre, y prometiéndonos el envío del Espíritu Santo, que entra hasta el fondo del alma para darnos a conocer a Dios por dentro.
La fiesta de la Santísima Trinidad, que este domingo celebramos, viene a situarnos en esa relación de amor con las Personas divinas, protagonistas de la historia de la salvación para toda la Humanidad. Ese círculo de amor, en el que Dios vive feliz desde siempre y para siempre, se ha abierto para acoger a cada persona humana e introducirla en ese diálogo de amor que personaliza. El trato con personas nos hace personas. El trato con las Personas divinas nos diviniza, llevándonos a ser plenamente personas humanas.
El hombre busca el rostro de Dios. «Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro». Cuando el hombre se aparta de Dios, se vuelve a los ídolos, busca arañar el futuro, aunque sea por medio de adivinos, pero en el fondo de su corazón busca el rostro de Dios. «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (san Agustín). Ese rostro del Dios único y verdadero se nos ha dado a conocer en el rostro de Cristo, el Verbo hecho carne. El rostro de Cristo es reflejo de la gloria de Dios, Él es imagen de Dios invisible. Él ve al Padre y nos habla continuamente del Padre. Por eso nos muestra el rostro de un Padre misericordioso, en la imagen del pastor que busca la oveja perdida.
Este único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo ha querido poner su tienda en el corazón de cada hombre, ha puesto su morada en el alma inundada por la gracia de Dios. Desde lo más hondo del corazón humano, el hombre está llamado a adorar a Dios. El reconocimiento de esta profunda intimidad lleva al hombre a la actitud de la más profunda adoración, postrándose con todo su ser ante el único Dios que en Cristo nos ha mostrado su rostro. El culto cristiano es siempre un culto trinitario. Con el profeta exclamamos: «Santo, Santo, Santo», ante este Dios tres veces santo, que encuentra sus delicias en estar con los hijos de los hombres.
+ Demetrio Fernández
obispo de Tarazona
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