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BLOG DEL LAICADO TRINITARIO DE VALDEPEÑAS

La Orden de la Trinidad (Ficha 2)

La Orden de la Trinidad (Ficha 2)

Orden Trinitaria: Reforma


Año 1594

La reforma de la Orden Trinitaria obedece a la imperante necesidad de renovación que se sentía en toda la Iglesia, y en especial en la vida religiosa, en la segunda mitad del siglo XVI. El concilio de Trento (1545-1563) emanó directrices precisas para la reforma de todas las órdenes religiosas antiguas, entre las que se hallaba la Orden Trinitaria.

El primer paso de la reforma trinitaria se remonta al año 1594. Fray Diego de Guzmán, comisario o superior mayor de los trinitarios de las tres provincias españolas de Aragón, Castilla y Andalucía, tras publicar en 1593 un ceremonial (Sevilla) y unas constituciones (Sevilla) nuevos y comunes a nivel nacional, con objeto de lograr la aceptación de los citados textos, convocó en Valladolid una reunión de los tres ministros provinciales y sus respectivos procuradores, que tuvo lugar el 8 de mayo de 1594.

Los acuerdos allí suscritos se consideran de gran relieve histórico, no sólo por haber dado vigencia nacional al ceremonial y constituciones impresas el año anterior, cuyo contenido refleja la normativa de Trento; sino también, y sobre todo, por el artículo 31 que dice textualmente: "En cada provincia se señalen dos o tres casas, en las cuales los religiosos que quisieran hacer vida más áspera de la ordinaria, se puedan recoger con licencia de los padres provinciales y, no pudiendo pasar adelante con la aspereza comenzada, tornarse a otros conventos, dando lugar a que entren otros a hacer lo mismo". Aunque, como se dirá, no se cumplió más que en una mínima parte, este acuerdo fue de hecho "el principio y el primer paso" de la descalcez trinitaria (san Juan Bautista de la Concepción).


Valdepeñas, cuna de la reforma

No cuajó la reforma prevista, pero un hecho providencial dejó abierto el paso para proyectos más amplios. Por donación del marqués de Santa Cruz, don Alvaro de Bazán, y gracias al trabajo solitario de Fray Juan Dueñas, pudo establecerse un pequeño grupo de trinitarios recoletos en Valdepeñas. En las capitulaciones con el ayuntamiento y en los actos de toma de posesión del 9 de noviembre de 1594, tomó parte, ocasionalmente, san Juan Bautista de la Concepción. Se redactaron estatutos particulares para los reformados, que preveían la observancia de la Regla primitiva y un tenor de vida de pobreza, penitencia, recogimiento y oración. Con todo, la experiencia inicial estuvo a punto de ser sofocada por falta de apoyo institucional y de sinceros recoletos. El propio Juan Dueñas, calumniado y perseguido por sus hermanos de hábito, se vio forzado a huir.

San Juan Bautista de la Concepción

Y aquí entra en escena el hombre carismático enviado por Dios para promover una reforma definitiva de la Orden: san Juan Bautista de la Concepción (1561-1613). Es preciso subrayar en primer lugar que el santo opta por la vida reformada sólo después de repetidas resistencias a las llamadas interiores del Espíritu Santo y presionado, como los profetas bíblicos, por una especie de ultimátum de parte de Dios.Por formación, constitución física, dotes naturales y ascendencia dentro del grupo, se hallaba plenamente centrado y "realizado" en su comunidad de Sevilla. Aplaudía la idea de reforma, pero no se sentía capacitado para abrazarla. En su itinerario espiritual al servicio de la reforma, tal y como nos lo ha dejado descrito en el tomo 8 de su obra literaria, emerge con nitidez la acción preponderante y rectora del Espíritu.

La experiencia de los primeros meses, como ministro de la casa de Valdepeñas (1596-1597), fue determinante: calumniado por los súbditos, desasistido por los superiores, iba percibiendo cada vez con más claridad la propia impotencia para garantizar la continuidad de una obra que, sin embargo, se mostraba como del agrado de Dios. La idea de acudir a Roma surgió en su mente cuando se cerraron todas las puertas de diálogo con sus superiores mayores. Su impulso interior, en ese trance, fue el de retirarse para entregar sus energías a consolar y servir a cautivos y pobres. Hubieron de intervenir hombres de espíritu, de dentro y fuera de la Orden, para ayudarle a tomar conciencia de que, según Dios, debía acudir al Papa.

Tanto el viaje a Roma como su permanencia en la ciudad, en espera de que Clemente VIII le concediese el 20 de agosto de 1599 el breve Ad militantis Ecclesiae, constituyen un entrelazado impresionante de pruebas físicas, morales, espirituales, comprendidas las inauditas "noches del espíritu". En todas las etapas del camino el santo se siente llevado por Dios, en contra de sus inclinaciones naturales y espirituales. Más de una vez decide volver atrás. Por eso, en sus escritos no se cansa de repetir que la reforma de la Orden es obra exclusiva de Dios Trinidad.

El Papa, contra toda previsión humana, dio validez eclesial a la "Congregación de los hermanos reformados y descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad", instituida para observar en todo su rigor la Regla de san Juan de Mata. Las directivas esenciales impartidas en el citado breve son: la dependencia de un visitador, franciscano o carmelita descalzo, hasta poder disponer de al menos ocho conventos con doce religiosos en cada uno; en base a esas condiciones, la convocación de un capítulo provincial, que elegirá al primer ministro provincial, hecho que asegura la autonomía institucional, con la única sujeción a la autoridad del ministro general; los reformados no podrán pasar a otra orden, que no sea la Cartuja.

El visitador, nombrado por el nuncio en Madrid, fue Elías de San Martín, ex general de los carmelitas descalzos. El primer núcleo de descalzos, que aceptó el breve pontificio en Valdepeñas, estaba reducido a tres religiosos. A partir de ahí los trinitarios reformados conocen un desarrollo sorprendente, si se consideran el mal momento político español, la saturación de conventos en las grandes ciudades y, particularmente, la oposición cerrada de los trinitarios calzados, que recurren a todo tipo de medios, incluidas la calumnia y la agresión física, para frenar los pasos del reformador.


Primera expansión

Hecha su nueva profesión religiosa, como descalzo, el 18 de diciembre de1600, el santo se dedica a fundar nuevos conventos. La cruz y la contradicción le acompañan en todo momento. Con la casa de Valladolid alcanza las ocho indispensables para formar provincia. El capítulo allí celebrado el8 de noviembre de 1605 lo elige ministro provincial. Durante su mandato trienal, al paso que defiende la reforma de numerosos ataques, prosigue la actividad fundacional. La cruz, griega, de forma rectangular, que ha impuesto con el hábito estrecho de reformado, le acarrea un proceso en la nunciatura, desencadenado por los calzados. La sentencia le es favorable. Instala sus comunidades en las ciudades más importantes, inclinándose particularmente a los centros universitarios, donde poder esperar muchas vocaciones. Las universidades le dieron abundantes y bien formados sujetos, aunque jóvenes, con los que pudo cubrir las necesidades de los dieciocho conventos; dicesiete de ellos en España yuno en Roma), dejados a su muerte acaecida en Córdoba el 14 de febrero de 1613. Fue el promotor directo de todas las fundaciones, menos de dos, y también se ocupó de la primera comunidad de trinitarias descalzas de clausura.

Espíritu de la Reforma

Vivió y transmitió a sus hijos un intenso espíritu de caridad, oración y recogimiento, pobreza, humildad y penitencia, en sintonía con el movimiento reformista de las "descalceces". Con las adaptaciones exigidas por los tiempos, hizo concreta y operativa la práctica de la normativa de la Regla en todo lo relativo a la vida conventual: relaciones fraternas (tratamiento de "hermano", corrección evangélica, gestos de servicio y humildad...), pobreza personal y comunitaria, diálogo sincero, ascética de la abstinencia y de la mortificación. En materia de pobreza, por necesidad imperiosa, sus comunidades superaron las previsiones de la ley.

El santo puso un interés especial en mantener vivo el espíritu de entrega solidaria a los cautivos y los pobres, si bien, por la penuria del momento y la oposición de los demás institutos redentores (trinitarios calzados y mercedarios), no pudo emprender personalmente ninguna redención ni establecer hospicios para los pobres. Hizo, en este sentido, todo lo que estaba en sus manos: poner en marcha en todas las casas la reserva de la tertia pars de los ingresos para los cautivos y la asistencia a los pobres en la portería; valorizar, desde el carisma trinitario, la oración, los ayunos y demás privaciones como gestos y actitudes de vital solidaridad con el pobre y el cautivo. En sus vivencias y enseñanzas es igualmente tema central la relación de los trinitarios con la Santísima Trinidad. A este respecto profundiza en la unión comunional que cada uno hemos de cultivar con las Personas divinas inhabitantes en el alma, para poder acudir al pobre como instrumentos y testigos de la Trinidad. La Trinidad, como centro vital y fuente de la caridad que redime, le lleva a insistir mucho en la conformación con Cristo Redentor, Cristo crucificado, único camino al Padre y al hermano que sufre.

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